Introducción histórica al Evangelio de Mateo
Antes del nacimiento de Jesucristo, el pueblo de Israel atravesó siglos de dominación extranjera y transformaciones sociales, políticas y religiosas que marcaron profundamente su historia. Comprender este contexto es clave para interpretar el mensaje y la misión de Jesús en el Evangelio de Mateo.
Israel fue llevado al exilio por Babilonia en el año 605 a.C., donde permaneció bajo el dominio de reyes como Nabucodonosor y su nieto Belsasar. Aunque fueron tiranos, Nabucodonosor tuvo un encuentro con Dios a través del ministerio del profeta Daniel. Posteriormente, el imperio medo-persa, liderado por Darío y Ciro, conquistó Babilonia, imponiendo leyes idolátricas y gobernando por decreto. Durante este tiempo, Dios levantó profetas como Daniel, Oseas, Nahúm, y Malaquías para mantener viva su palabra entre el pueblo.
Tras la caída de Persia, Alejandro Magno anexó Israel a su imperio y estableció el griego como idioma común. Esta unificación lingüística facilitaría más adelante la expansión del evangelio, pues el Nuevo Testamento fue mayormente escrito en griego. Aunque permitió libertad religiosa, a su muerte el imperio se dividió, y una de las partes –los seléucidas– tomó el control de Israel.
De esta dinastía surgió Antíoco Epífanes IV, un rey profundamente hostil hacia la fe judía. Profanó el templo, abolió los cultos y persiguió a los fieles. Esto provocó una revuelta liderada por la familia de los Macabeos, quienes restauraron la soberanía judía temporalmente.
Tras esta crisis, los judíos decidieron no volver a abandonar la ley de Dios. De allí surgieron los fariseos, cuyo propósito inicial era proteger la fidelidad a la ley. Sin embargo, con el tiempo añadieron numerosas tradiciones humanas que no estaban en la ley de Moisés, creando un sistema religioso riguroso y legalista.
Junto a ellos aparecieron los saduceos, una élite rica y aliada de Roma, con gran influencia política. También estaban los escribas, encargados de copiar e interpretar la ley. Estas tres órdenes —fariseos, saduceos y escribas— existían antes del ministerio de Jesús y fueron quienes más se opusieron a Él.
Este trasfondo explica las tensiones religiosas, políticas y espirituales que Jesús enfrentó y revela por qué su mensaje fue tan confrontativo, especialmente hacia aquellos que distorsionaban la voluntad de Dios con tradiciones humanas.
Resumen del contexto histórico y teológico del Evangelio de Mateo
El Evangelio de Mateo inicia con una genealogía que conecta a Jesús con Abraham y David, mostrando su linaje real y cumplimiento profético. Sin embargo, para entender plenamente su mensaje, es vital explorar el trasfondo histórico que precede su nacimiento.
Durante siglos, Israel fue sometido por diversas potencias extranjeras. Primero, fue llevado en cautiverio por Babilonia (605 a.C.), luego dominado por los medos y persas, y más tarde conquistado por los griegos bajo Alejandro Magno. Con este último se impuso el idioma griego, facilitando posteriormente la predicación del evangelio. El imperio de Alejandro se fragmentó, y una de esas fracciones, dirigida por los seléucidas, dio lugar al reinado de Antíoco Epífanes IV, un feroz perseguidor del judaísmo, cuya profanación del templo generó la revuelta de los Macabeos.
Luego de este conflicto, surgieron grupos religiosos que marcarían la escena en tiempos de Jesús: los fariseos, dedicados a preservar la ley mosaica a través de tradiciones humanas; los saduceos, aristócratas aliados con Roma; y los escribas, intelectuales expertos en la Torá, aunque también corrompidos. Estos grupos fueron los principales opositores de Jesús.
Durante los 400 años entre el profeta Malaquías y Juan el Bautista, conocido como el “silencio de Dios”, no hubo revelación profética. En este escenario de opresión y espera mesiánica, Roma dominaba a Israel, imponiendo pesados impuestos y limitando su autonomía.
Mateo, un recaudador de impuestos despreciado por sus compatriotas, fue llamado por Jesús y se convirtió en uno de sus apóstoles. Su Evangelio está escrito con precisión y detalle, reflejando su formación como publicano. Inicia presentando la genealogía de Jesús, resaltando cómo Dios escogió a personas imperfectas para cumplir su plan, incluyendo mujeres con pasados controversiales como Tamar, Rahab y Rut. Así, Mateo destaca que el Mesías nació en una línea donde la gracia divina superó los errores humanos.
El título “Cristo” significa “el Ungido” y no es un apellido. Como Hijo adoptivo de José, Jesús hereda legalmente el linaje davídico, cumpliendo las profecías sobre el Mesías. Esta introducción deja claro que Jesús no fue un hombre común, sino el cumplimiento de las promesas de Dios desde Abraham hasta David, y desde David hasta el Salvador.
Este trasfondo histórico y teológico sienta las bases para comprender el ministerio de Jesús, su confrontación con las autoridades religiosas, y la revelación del Reino de Dios en medio de una sociedad religiosamente dividida y espiritualmente necesitada.
El evangelio de Mateo comienza con una declaración poderosa:
“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.” (Mateo 1:1)
Este inicio no es casualidad. Mateo, el exrecaudador de impuestos transformado en discípulo, era un hombre de detalles, y como tal, nos lleva con precisión desde Abraham hasta Cristo, demostrando que Jesús es el cumplimiento de todas las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento.
Mateo, el publicano llamado por gracia
Es significativo que Mateo, alguien marginado por los religiosos de su época, sea precisamente quien escribe esta genealogía. Él mismo era un testimonio viviente de que Dios escoge lo vil y menospreciado del mundo para avergonzar a lo sabio (1 Corintios 1:27). Mateo había sido rechazado por su pueblo, pero aceptado por Cristo.
Su inclusión como apóstol y escritor del primer evangelio nos habla de la misericordia y del poder transformador de Dios. Y es por eso que Mateo resalta nombres que otros preferirían omitir: mujeres con pasados oscuros, personajes con manchas en su historia, y reyes tanto buenos como malos.
Una genealogía de gracia
Desde Tamar, Rahab y Rut, hasta Betsabé (a quien Mateo nombra como “la que fue mujer de Urías”), vemos que la línea del Mesías no fue perfecta humanamente hablando, pero sí perfectamente escogida por Dios. Esto nos enseña que el plan divino no se detiene por los errores humanos. Dios escribe historias gloriosas con vidas quebrantadas.
Jesús: el Hijo de Dios y también el Hijo del Hombre
El nacimiento virginal de Jesús es un pilar de nuestra fe. Si Jesús hubiese nacido de hombre y mujer, habría heredado el pecado original. Pero fue concebido por el Espíritu Santo, y así pudo ser el Salvador sin pecado, el sacrificio perfecto. Por eso, Jesús tenía dos naturalezas: era completamente Dios y completamente hombre.
Como hombre, se cansó, lloró, comió, y sufrió. Como Dios, calmó tormentas, caminó sobre el mar, resucitó muertos y multiplicó alimentos. Y como Cordero, murió en la cruz como uno de nosotros para salvarnos a todos.
La humildad de su nacimiento y la provisión de Dios
Jesús nació en un pesebre, no en un palacio. Fue perseguido desde niño, y tuvo que huir a Egipto. Pero incluso en medio del caos, Dios proveyó todo lo necesario. Los sabios del oriente, guiados por la estrella, trajeron oro, incienso y mirra: regalos con profundo significado espiritual, pero también provisión material para el tiempo en el extranjero.
Jesús, siendo el Rey de reyes, comenzó su vida en humildad. Así, se identificó con los pobres, con los perseguidos, con los marginados, con nosotros.
Mateo: el evangelista que conecta la profecía con el cumplimiento
A lo largo de su evangelio, Mateo repetirá una y otra vez la frase:
“Para que se cumpliese lo dicho por el profeta…”
Su objetivo es claro: demostrar que Jesús es el Mesías prometido, anunciado siglos antes por Isaías, Miqueas, Números y otros profetas.
No hay coincidencias. Cada paso, cada nombre, cada lugar… todo estaba ya escrito. Desde la estrella de Jacob, hasta el llanto en Ramá por los niños asesinados, cada profecía se cumplió en Jesús.
Reflexión final
Este estudio nos confronta y nos anima. Nos recuerda que no hay historia tan rota que Dios no pueda redimir. Que el llamado de Dios viene con propósito, provisión y poder. Y que Jesús no es solo un personaje histórico, sino el Salvador personal de todo aquel que cree.
Cristo es el Rey anunciado, el Mesías nacido, el Hijo de Dios entregado, el Sacrificio perfecto resucitado, y el Señor que viene.
Alégrate, iglesia, porque Dios está con nosotros.
“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”
Mateo 1:21