Daniel 4
En este pasaje no habla Daniel, aunque el libro lleve su nombre. Se trata de una crónica que él transcribe, ya que era servidor del rey Nabucodonosor. Estas crónicas eran relatos de las situaciones que se vivían. Aquí quien habla es el propio rey Nabucodonosor, un pagano e impío.
Al principio, todo parecía irle bien. Recordemos que Nabucodonosor mandó construir una gran imagen para que todos la adoraran, y quien no se postrara al sonido de los instrumentos era condenado a muerte. Este rey era un anticristo, un hijo del diablo. Llevó cautivo al pueblo de Israel a Babilonia, quemó la ciudad, destruyó todo y se rebeló contra Dios. Era un hombre malvado, pero aquí aparece alabando a Dios y hablando como si fuera cristiano. Para que un hombre como él hablara así, algo tuvo que haberle pasado.
El rey tuvo un sueño que lo perturbó profundamente. Llamó a sus sabios para que lo interpretaran, pero no pudieron hacerlo. Entonces llegó Daniel, llamado también Beltsasar, y el rey le relató su sueño:
“Me parecía ver en medio de la tierra un árbol, un árbol cuya altura era grande.”
¿Por qué Dios compara a una persona con un árbol? Porque los árboles tienen muchas funciones, y son lo más parecido a una persona. Los animales disfrutan de su sombra, muchas especies se alimentan de sus frutos, producen oxígeno, y su madera sirve para construir casas, extraer resinas, y más. De la misma manera, las personas pueden ser refugio, consuelo y sustento para otros. La gente busca en nosotros palabra, abrigo, consuelo, o incluso a Cristo mismo a través de lo que predicamos.
El árbol del sueño también representaba al rey como autoridad, pues los reyes son puestos por Dios. Este árbol crecía fuerte, su copa llegaba hasta el cielo y podía verse desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso, su fruto abundante, y había en él alimento para todos. Las bestias del campo se refugiaban bajo su sombra, y las aves hacían nido en sus ramas.
Nabucodonosor era un rey exitoso, victorioso, a quien Dios había permitido conquistar muchas naciones, incluida Israel. La ciudad de Babilonia era próspera, rica en oro y bienes, todo gracias a Dios, aunque el rey no lo reconociera. Como muchas veces sucede, se olvidó de que todo lo que somos y hacemos es por la gracia de Dios. Creyó que todo lo había logrado por su propio esfuerzo.
En su sueño, Nabucodonosor vio a un vigilante descender del cielo. ¿Quién es este vigilante? Es Cristo mismo. Dios observa a su iglesia, vigila nuestras vidas, y de tiempo en tiempo nos corrige. En el caso del rey, Dios decidió derrumbarlo porque se había llenado de orgullo.
El vigilante dio la orden de derribar el árbol, pero de dejar la cepa de sus raíces en la tierra, atada con hierro y bronce entre la hierba del campo. Esto simboliza que, aunque Dios humilla, también deja una oportunidad de restauración. El corazón del rey fue cambiado al de una bestia, y vivió entre los animales, comiendo hierba como ellos, durante siete años.
Después de un año, mientras el rey paseaba por su palacio, dijo con orgullo:
“¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?”
En ese momento, escuchó una voz del cielo que declaró su sentencia. Perdió la razón, salió corriendo del palacio, se despojó de su corona y de sus vestiduras reales, y se convirtió literalmente en una bestia. Su cuerpo cambió: le crecieron plumas, su piel se cubrió de pelo y sus uñas se transformaron en garras. Comía hierba como los bueyes, y así vivió durante siete años.
Este relato nos enseña que nosotros también somos como ese árbol. Las personas vienen a nosotros buscando algo que Dios ha depositado en nuestras vidas. Sin embargo, como el árbol, necesitamos ser alimentados, podados y cuidados por Dios. A veces, Él permite pruebas y dificultades para limpiarnos, para que crezcamos y demos fruto.
Cuando nos llenamos de orgullo o nos alejamos de Dios, Él puede humillarnos, recordándonos que dependemos completamente de Su gracia. Después de los siete años, Nabucodonosor levantó sus ojos al cielo, reconoció a Dios y pidió perdón. Entonces, Dios le devolvió su gloria y su reino, y el rey se convirtió en un verdadero hijo de Dios.
Salmo 1
El segundo árbol que menciona la Biblia está en este salmo:
“Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae.”
Todo lo que este árbol logra viene directamente de Dios. Su alimento es la Palabra del Señor, en la que medita de día y de noche. Así como el rey Nabucodonosor tuvo que aprender a reconocer la soberanía de Dios, nosotros también debemos recordar que todo lo que tenemos proviene de Él. No debemos enorgullecernos ni creernos superiores a los demás.
Busquemos a Dios cada día, alimentémonos de Su Palabra, y pidamos que nos mantenga humildes para no caer en el error del orgullo. Solo así podremos dar fruto y permanecer firmes como árboles plantados junto a corrientes de agua viva.