El diablo golpeando a la iglesia

1ra de Pedro 1:1

Esta carta fue escrita por el apóstol Pedro y está dirigida a los hermanos expatriados de la dispersión en Ponto. El término expatriar significa sacar a una persona a la fuerza de su lugar de origen. Sin embargo, también tiene otra definición aplicable: se refiere a cuando una persona está fuera de su lugar de origen y es traída de vuelta a la fuerza. Por ejemplo, en nuestro país, tuvimos como presidente a Alberto Fujimori, quien, después del golpe de Estado, huyó a Japón y luego a Chile. La Interpol, a través de la embajada de Perú, envió una petición urgente para que esta persona, siendo peruano, fuera expatriada desde Chile y traída a Perú prácticamente esposada, para enfrentar un juicio y cumplir una sentencia.

Ahora imagine que usted vive aquí en Perú. Siendo peruano, lo obligan a huir a otro país, como Chile, Brasil o Colombia. Esta es una situación indeseable, pues implica dejar su casa, sus hijos, sus bienes y todo lo que ha logrado. Es exactamente lo que está describiendo Pedro en esta carta. Les escribe a cristianos que no han cometido ningún delito, no han robado ni matado, pero que enfrentan persecución bajo el imperio de Nerón. Este emperador fue uno de los más feroces perseguidores de cristianos y gobernó sobre una vasta región que incluía prácticamente toda Europa, Asia Menor, Turquía y parte de Asia oriental. Los cristianos que habitaban en estas áreas, como Ponto, Galacia y Capadocia, estaban siendo perseguidos, expatriados y oprimidos.

Pedro escribe esta carta porque estos hermanos vivían en extrema aflicción. Los mataban, les quitaban su nacionalidad, asesinaban a sus hijos, los amenazaban de muerte, les impedían trabajar y les confiscaban sus bienes. La mayoría de ellos terminaba siendo asesinada. Sin embargo, a pesar de su propia aflicción, Pedro decide animar a los hermanos. Sabemos que él mismo sufrió persecución y murió crucificado cabeza abajo. Aun así, Pedro pone su dolor personal a un lado para alentar a los demás como un verdadero hombre de Dios.

En tiempos de bonanza, todos estamos felices, pero cuando llegan las pruebas, algunos huyen. Cuando enfrentamos tentaciones, hambre, escasez o crisis, muchas personas retroceden o abandonan su fe. Sin embargo, Dios no nos ha llamado a huir. No podemos abandonar el evangelio ni nuestras responsabilidades con Dios. En medio del ataque del diablo, algunos se entregan al pecado y dicen: “Ya no puedo más, Satanás, haz lo que quieras conmigo”. Esto no es correcto, pues ese camino conduce a la perdición.

Pedro les dice a los hermanos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia y mediante la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva”. Aquí se hace una referencia a la Trinidad, reconociendo al Padre del Señor Jesucristo. Más adelante, Pedro habla de la herencia que esperamos en el reino de los cielos, con calles de oro, mar de cristal y la certeza de que nuestros nombres están escritos en el libro de la vida. Pedro también menciona: “Esto les causa gran regocijo, aun cuando les sea necesario soportar por algún tiempo diversas pruebas y aflicciones”. Es una verdad difícil, pero sin pruebas nadie entrará al cielo, y sin aflicción nadie se salvará.

Las pruebas llegan de muchas formas: hijos rebeldes, escasez económica, pérdida de empleo, deudas, negocios que no avanzan, duelo por la muerte de seres queridos o luchas espirituales. En la iglesia, algunos hermanos se apartan, lo cual causa tristeza. Otros, al persistir en el pecado, contaminan al resto de la congregación. Dios, para purificar Su casa, a veces permite que estas personas se vayan. La Biblia nos dice claramente: “Por sus frutos los conoceréis”.

Pedro continúa diciendo: “Pero cuando la fe de ustedes sea puesta a prueba, como el oro, habrá de manifestarse en alabanza, gloria y honra el día que Jesucristo se revele. El oro es perecedero y, sin embargo, se prueba en el fuego; ¡y la fe de ustedes es mucho más preciosa que el oro!”. Los momentos en que Dios se glorifica son justamente esos de prueba, angustia y aflicción. Puede que no entendamos cómo vamos a superar nuestras dificultades, pero debemos recordar que Dios está probando nuestra fe, pues esta no se desarrolla en tiempos fáciles. La fe no funciona cuando todas las puertas están abiertas y todo es sencillo, sino en medio de la dificultad.

Pedro anima a los creyentes a mantenerse firmes. Dice que el cristiano maduro entiende que Dios es un Dios de orden, no de desorden. También enfatiza que Dios demanda de nosotros algo que requiera fe, algo que sea difícil, para que, al pasar la prueba, nuestra fe produzca fruto.

Cristo nunca nos abandonará. Los hijos, los amigos o incluso los hermanos en la iglesia pueden dejarnos, pero Cristo permanece fiel. Sin embargo, Él también nos probará para revelar si nuestro amor es genuino. Si nuestro compromiso es con Dios, no miraremos a la derecha ni a la izquierda, sino que mantendremos nuestra mirada fija en Él.

Pedro les recuerda a los hermanos perseguidos que antes se alegraban en los cultos hermosos y en las bendiciones de Cristo, pero ahora es necesario que su fe sea probada. Sin pruebas, nuestra fe no se perfecciona, y fácilmente podríamos terminar apartados del camino de Dios. Pedro les dice: “Gózate si estás pasando por pruebas, calumnias o vituperios. Gózate si debes decidir entre ser fiel a Dios o a tus intereses. Gózate si tu fe está siendo sometida a prueba”.

También dice: “Ceñid los lomos de vuestro entendimiento”. En ese tiempo, ceñir los lomos significaba ajustarse bien el cinturón. Aplicado al entendimiento, implica tener claridad sobre lo que hacemos y a quién seguimos. Pedro llama a ser obedientes y no conformarse con los deseos que teníamos en nuestra ignorancia, como el deseo de reconocimiento, aplausos o bienes materiales. Algunos veían en su época que podían recuperar todo esto negando a Cristo y adorando a Nerón, pero Pedro les advierte que abandonar al Señor, aunque sea fácil, es renunciar a la verdad.

Finalmente, Pedro explica que, como un metal es purificado por el fuego, así nuestra fe es purificada en las pruebas. El fuego quema, duele e incomoda, pero saca lo peor de nosotros para transformarnos en lo que Dios quiere que seamos. Por eso dice: “Sed santos en toda vuestra manera de vivir”. El temor de Dios nos guía para hacer lo correcto y evitar lo que no le agrada.

Pedro concluye recordándonos que fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir, no con cosas corruptibles como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

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