Reflexión sobre Poder y Autoridad (Génesis 9:22)
Para comprender mejor este tema, es importante definir los conceptos:
La principal diferencia entre poder y autoridad es que el poder es temporal y depende exclusivamente de Dios. En cambio, la autoridad es algo que puede formar parte de nuestra vida diaria, ya sea porque la recibimos como un don o porque la desarrollamos a través de nuestra experiencia. Sin embargo, tanto el poder como la autoridad requieren un principio esencial: la sumisión.
Nadie puede ejercer autoridad si primero no está bajo autoridad. No podemos pedir que los demás se sometan a nosotros si no estamos dispuestos a someternos a alguien más. Además, la autoridad está ligada al respeto que mostramos hacia los demás. Ejercer autoridad no significa imponer el poder sobre otros, sino inspirar obediencia mediante nuestro ejemplo y sumisión a las autoridades que Dios ha establecido.
Un ejemplo bíblico de este principio lo encontramos en Génesis 9:22, con la historia de Noé y sus hijos. Noé, un hombre de Dios y figura de autoridad, cometió un error al embriagarse y quedar desnudo en su tienda. Su hijo Cam vio su desnudez y se burló, faltándole el respeto como padre y como autoridad. Por otro lado, sus hermanos, Sem y Jafet, actuaron con honor. Tomaron una prenda, caminaron de espaldas para no ver a su padre desnudo y lo cubrieron con respeto.
Aunque Noé cometió un error, esto no le hizo perder su autoridad. Seguía siendo un hombre de Dios, y su error fue un desliz humano. Sin embargo, al enterarse de la falta de respeto de Cam, Noé lo maldijo a él y a su descendencia, mientras que bendijo a sus otros dos hijos por su conducta honorable. Este relato nos enseña que la autoridad no depende de la perfección de quien la ejerce, sino de su posición y de la responsabilidad que Dios le ha dado.
Esta diferencia entre poder y autoridad también aplica a otros ámbitos. Por ejemplo, como padres, recibimos autoridad sobre nuestros hijos, pero debemos ejercerla con respeto y ejemplo. No podemos obligar a nuestros hijos a obedecernos si nosotros no vivimos lo que predicamos. No tendría sentido prohibirles ver contenido inapropiado en televisión o en sus dispositivos si nosotros mismos no hacemos lo mismo. Esto sería ejercer poder sin autoridad, ya que la autoridad se basa en el ejemplo y en una vida coherente.
De igual forma, los pastores o líderes espirituales reciben autoridad de Dios sobre su congregación, pero esta autoridad debe ejercerse con sumisión a Dios, no de manera impositiva. Es fundamental no confundir poder con autoridad: el poder puede imponer acciones, pero la autoridad inspira obediencia a través del respeto y el testimonio.
Finalmente, debemos recordar que lo contrario a la autoridad es la desobediencia, y la desobediencia es el paso previo a la rebelión. Una persona desobediente no necesariamente es rebelde, ya que puede desobedecer en un momento puntual, pero la rebelión es un estado permanente en el que la persona no se somete a ninguna autoridad. La desobediencia es un acto, mientras que la rebelión es una actitud de carácter.
Como seres humanos, todos nacemos con una naturaleza rebelde, pero cuando venimos a Cristo y experimentamos el nuevo nacimiento, somos transformados. Pasamos de la rebelión a la obediencia al Dios vivo y verdadero, aprendiendo a someternos a Su autoridad y a la de aquellos que Él ha puesto sobre nosotros.
Levítico 10:1: Reflexión sobre la Desobediencia y la Rebelión
En el libro de Levítico 10:1, se relata cómo los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, siendo sacerdotes, cometieron un grave pecado de desobediencia. Tomaron cada uno su incensario, pusieron fuego en ellos, añadieron incienso y ofrecieron a Yahweh un “fuego extraño”, algo que Dios nunca les había mandado.
Aunque su tarea como sacerdotes era entrar al tabernáculo y ofrecer sacrificios, ellos no obedecieron las instrucciones específicas que Dios les había dado sobre qué y cómo debían ofrecer en el santuario. Decidieron actuar por su cuenta, pensando: “Hagamos esto a ver qué pasa”. Esta actitud de improvisación y falta de respeto hacia las instrucciones divinas tuvo consecuencias terribles: “Salió fuego de delante de Yahweh y los quemó, y murieron delante de Yahweh”.
Este evento nos enseña que la desobediencia a Dios trae consecuencias graves. En el caso de Nadab y Abiú, les costó la vida física, pero también nos recuerda que la desobediencia puede llevar a la muerte espiritual. Cada vez que desobedecemos a Dios, corremos el riesgo de alejarnos de Él, especialmente si no nos arrepentimos y corregimos nuestro camino.
La desobediencia prolongada puede transformarse en rebelión. Si una persona desobedece repetidamente, sin arrepentirse, su corazón se endurece y su desobediencia se convierte en una actitud rebelde. La rebelión no solo es un acto, sino una condición del corazón que lleva al rechazo de la autoridad de Dios. Y, como advierte la Escritura, un corazón rebelde está en peligro de condenación eterna.
Isaías 14 y Ezequiel 28: La Rebelión de Satanás
Estos pasajes describen la historia de un querubín creado perfecto por Dios, conocido como Lucero (o Lucifer). Este ser, que habitaba en el cielo, disfrutaba de una posición privilegiada y de innumerables bendiciones dadas por Dios. Sin embargo, en su orgullo, comenzó a rebelarse contra su Creador. Su descontento lo llevó a incitar a una tercera parte de los ángeles, organizando una rebelión con el objetivo de destronar a Dios y ocupar Su lugar.
Esta rebelión no fue tolerada por Dios. Cuando Dios vio la maldad en el corazón de Lucero, no intentó aconsejarlo ni lo llamó a una oportunidad de corrección delante de los demás ángeles. En lugar de ello, Dios lo desterró inmediatamente del cielo. La rebelión de Lucifer marcó un punto sin retorno: su carácter ya estaba corrompido, y Dios no lo perdonó porque sabía que un corazón rebelde ya estaba perdido, imposible de transformar, pues él se convirtió en pecado.
Esto subraya una verdad importante: la desobediencia y la rebelión no son lo mismo. La desobediencia es un acto puntual, mientras que la rebelión es una condición del corazón que se forma con el tiempo. Sin embargo, la desobediencia no arrepentida y practicada repetidamente puede transformarse en rebelión.
Una persona desobediente aún tiene esperanza si se arrepiente y busca a Dios, pero un rebelde, cuyo carácter está marcado por el rechazo continuo a la autoridad divina, está perdido y difícilmente cambia. La rebelión es un estado que nos separa completamente de Dios, y si no es corregido, lleva a la perdición eterna.
¿Cómo desarrollas la obediencia? (Romanos 13)
En Romanos 13, se nos enseña que debemos someternos a toda autoridad porque estas son establecidas por Dios. Esto no solo se aplica a la iglesia, sino también a las autoridades que existen en la sociedad. En el versículo 3, se menciona que si hacemos lo correcto, la autoridad termina glorificando a Dios por medio de nuestro ejemplo. Por ejemplo, las personas podrían decir: “Los cristianos son honestos”. Incluso los dueños de empresas preferirán contratar cristianos porque notarán su integridad.
Sin embargo, cuando no obedecemos, damos un mal testimonio, y esto hace que la autoridad nos señale como personas corruptas, deshonestas o indignas de confianza. Ahora bien, ser cristiano no significa que no puedas defenderte legalmente o hacer valer tus derechos, como en el caso de juicios por alimentos o situaciones similares. Para eso, Dios ha establecido diferentes autoridades en la sociedad que actúan de acuerdo a Su propósito.
En el versículo 4, se menciona que la autoridad tiene el poder de llevar la espada, lo que en términos modernos podríamos interpretar como la facultad de usar armas o ejercer justicia. Por eso, debemos vivir con una conciencia limpia, actuando correctamente, porque si haces lo malo, tarde o temprano la justicia de Dios, a través de las autoridades, te alcanzará. Vive con temor a Dios, obedece las leyes y sométete a las autoridades.
Sin embargo, si alguna autoridad se desvía de la voluntad de Dios y contradice Sus mandatos, nuestra obediencia debe estar primero hacia Cristo. Es en ese momento cuando someternos a Dios tiene prioridad absoluta sobre cualquier autoridad terrenal.
El ejemplo de María y Aarón contra Moisés (Números 12:1)
Cuando fallamos a Dios, damos motivo para que las personas nos juzguen. Un ejemplo de esto lo vemos en la historia de María y Aarón, los hermanos de Moisés. Ser líderes dentro de tu propia familia es uno de los desafíos más difíciles, ya que los familiares, por conocerte más de cerca, no tienen reparos en enfrentarte o criticarte. Sin embargo, si tu familia se convierte realmente a Dios, pueden ser una gran bendición porque su confianza no estará basada en la malicia, sino en el amor y el deseo de apoyarte.
Nunca pierdas el temor a Dios, ya que este es el principio de la sabiduría y la clave para que Él confíe en ti Su autoridad. Cuando Dios te otorga autoridad, tus palabras tendrán peso, y las personas confiarán en ti porque tu vida reflejará esa autoridad que viene de Él.
En esta historia, Moisés había cometido un error al casarse con una mujer cusita, lo cual iba en contra de las leyes dadas a los israelitas. María y Aarón, al ser sus hermanos, conocían esta falta y comenzaron a murmurar contra él delante del pueblo, diciendo: “¿Acaso Dios solo ha hablado por Moisés? ¿No ha hablado también por nosotros?”. En otras palabras, estaban cuestionando el liderazgo de Moisés y promoviendo una especie de rebelión, similar a la que ocurrió en el cielo con Lucifer.
A pesar de estas acusaciones, Moisés no se defendió. El texto bíblico describe a Moisés como un hombre extremadamente manso, alguien que no buscaba justificar ni imponer su autoridad. En lugar de reaccionar, dejó el asunto en manos de Dios.
En el versículo 4, vemos que Dios interviene directamente. Él vio el acto de injusticia cometido por María y Aarón contra su siervo Moisés. Aunque Moisés no se defendió, a Dios le dolió este ataque injusto hacia su siervo, porque Dios defiende a aquellos que son fieles a Él.
El castigo de Dios fue directo: María, quien lideró la murmuración, quedó enferma de lepra. Sin embargo, Moisés, en lugar de alegrarse por el castigo de su hermana, clamó a Dios para que ella fuera sanada. Este acto demuestra otra característica de un verdadero siervo de Dios: nunca se alegra del mal que le sucede a los demás, ni siquiera a aquellos que lo han atacado.
Dios escuchó la oración de Moisés, pero también estableció un castigo. María tuvo que permanecer fuera del campamento durante siete días como señal de disciplina. Este castigo sirvió como advertencia para todos sobre la importancia de respetar la autoridad establecida por Dios.
Este relato nos deja importantes lecciones:
Números 16:1 – La Rebelión de Coré y sus Seguidores
En Números 16:1, se relata un episodio de rebelión liderado por Coré, Datán, Abiram y otros 250 hombres de Israel, todos ellos príncipes de la congregación y varones de renombre. Estos hombres se levantaron contra Moisés y Aarón, cuestionando su liderazgo. Esto es un claro ejemplo de rebelión, que ocurre cuando una persona alberga resentimiento, odio o envidia en su corazón hacia otro.
Lo que hace peligrosa la rebelión es que, cuando una persona guarda algo en su corazón como odio o resentimiento, este sentimiento no disminuye con el tiempo; al contrario, crece y se intensifica. En este caso, los 250 líderes se rebelaron porque no querían aceptar el liderazgo continuo de Moisés. Sentían que después de más de 40 años gobernando a Israel, Moisés ya no debía estar en esa posición. Querían establecer una especie de democracia, diciendo: “A nosotros también nos habla Dios igual que a ti”, con la intención de desplazar a Moisés y tomar el control.
El Desafío de Moisés
Ante esta situación, Moisés no reaccionó de manera violenta ni se defendió por su cuenta. En lugar de ello, les planteó un desafío: “Vayamos todos delante de Dios, y que sea Él quien escoja quién debe liderar a Israel”. Este acto demuestra que Moisés confiaba plenamente en que Dios, quien lo había llamado al liderazgo, sería su defensor.
La Respuesta de Dios
En este evento, vemos nuevamente cómo Dios trata con la rebelión. A diferencia de la desobediencia, que puede corregirse con arrepentimiento, la rebelión endurece el corazón de tal manera que la persona ya no tiene intención de cambiar. Por eso, Dios no llamó a Coré ni a sus seguidores para que se arrepintieran, sino que los destruyó inmediatamente. Esto muestra la gravedad de la rebelión y cómo sus consecuencias son severas y definitivas.
La rebelión de Coré, Datán, Abiram y los 250 hombres terminó con un juicio contundente: la tierra se abrió y los tragó vivos, junto con sus familias y pertenencias. Además, un fuego salió de la presencia de Dios y consumió a los 250 hombres que habían ofrecido incienso de manera indebida. Este castigo sirvió como una advertencia para todo el pueblo de Israel sobre la gravedad de levantarse contra la autoridad establecida por Dios.
Lecciones para Nosotros
Reflexión Final
Nunca permitas que Satanás, las circunstancias o las personas siembren en tu corazón rebelión, odio, resentimiento o desobediencia a la Palabra de Dios. Estas actitudes traen graves consecuencias, tanto espirituales como físicas. La rebelión no solo separa a las personas, sino que también nos separa de Dios.
Mantén siempre un corazón humilde, dispuesto a obedecer y sometido a la voluntad de Dios. Como vemos en esta historia, la rebelión no solo trae juicio, sino que puede llevar a la destrucción total.