¿Cómo depender de Dios?

Juan 15

Nuestro Señor Jesucristo les habla a sus discípulos, a sus seguidores, a quienes andan y caminan con Él. Ese es un discípulo: alguien que camina con Jesús. A ellos, Jesús les dice: Yo soy la vid verdadera.

Sabemos que la vid es la planta del vino, de donde proviene la uva. En Israel, en los tiempos del Señor, la uva era muy importante. No había mucha agua; de hecho, lo que más escaseaba era el agua y la sal. Ahora la sal abunda, pero en aquel tiempo era muy escasa. Para que tengas una idea, la sal era tan valiosa que se usaba como moneda. De ahí proviene la palabra “salario”, que significa “pago en sal”.

La uva también era escasa en muchos lugares, pero no en Israel, donde se usaba mucho. La consumían como té, como refresco, medicinalmente, y estaba presente en todas las fiestas y reuniones. El vino era fundamental. Por eso, cuando Jesús dice: Yo soy la vid, se refiere a algo vital, la planta más importante para el pueblo. En esencia, Jesús está diciendo: Yo soy lo más importante; yo soy la fuente de todo.

Luego agrega: Mi Padre es el labrador. Aquí, Jesús pone a Dios Padre en una posición a la par de Él, porque nadie puede llegar al Padre si no es por el Hijo, y nadie llega al Padre si el Hijo no lo salva. Jesús es la vid, la fuente, y el Padre es el labrador, es decir, el campesino que siembra, riega y limpia la planta para que dé fruto.

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Jesús continúa: Todo pámpano (rama) que en mí no lleva fruto, lo quitará, y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto. Esto significa que quienes están en Cristo y permanecen en Él deben prepararse porque el plan de Dios es que den fruto. Muchas veces hay ramas o hierbas malas en nuestra vida, como hojas enfermas, que impiden que demos fruto.

Por ejemplo, hay plantas con hojas secas que deben ser removidas, porque aunque estén secas, siguen alimentándose y no permiten que florezcan hojas buenas. Esto es una analogía de nuestra vida espiritual. Esas hojas malas representan actitudes, costumbres o hábitos que Dios necesita quitar de nosotros porque están robando el fruto que Él quiere producir.

La mentira, aunque sutil, roba el fruto. El orgullo es peor, pues puede esconderse incluso detrás de una apariencia de humildad. Dios necesita limpiarnos de todo esto. Así como las plantas que parecen secas reviven al ser expuestas a la luz del sol, nosotros como cristianos necesitamos la luz del Hijo, la presencia de Dios, el Espíritu Santo.

Buscar la presencia de Dios no es solo orar. Es buscar ese quebrantamiento espiritual, ese momento en que, adorando, cantando o orando, derramamos lágrimas, sentimos su amor y no podemos contenernos. Eso es exponernos a la luz de Dios, que nos llena y nos vivifica.

Muchos caminamos con Cristo, pero no estamos llenos de su presencia. Estamos sobreviviendo, no viviendo en plenitud. A veces las hojas de nuestra vida no se abren porque no nos hemos rendido completamente a Él. Necesitamos clamar: Señor, haz conmigo lo que quieras. Aquí estoy para servirte.

En la alabanza, no tengas vergüenza de adorar a Dios. Cuando estabas mal, nadie más estuvo para ayudarte. Solo Dios estuvo ahí. Por eso, debes darle toda la honra y la gloria.

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Jesús dice en el versículo 3: Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. La palabra de Dios nos limpia y nos confronta. No estudies la Biblia solo para adquirir conocimiento, sino para que Dios trate contigo y te muestre su plan para tu vida.

En el versículo 4, Jesús dice: Permaneced en mí, y yo en vosotros. Permanecer significa estar aferrado a Dios, anclado en Él. Así como el pámpano necesita de la vid para llevar fruto, nosotros necesitamos de Dios y su palabra. Una iglesia puede no tener un gran coro ni una excelente alabanza, pero jamás debe faltar la palabra de Dios.

Jesús advierte: Separados de mí, nada podéis hacer. Si alguna vez te has apartado de Dios, sabes la falta que hace su presencia en tu vida. Quizás has enfrentado pruebas difíciles, momentos de aflicción en los que sentiste que no había solución. Pero Dios siempre sabe lo que hace.

A veces, permite que pasemos por pérdidas, enfermedades o situaciones que no entendemos. Esto puede ser para que nos humillemos, para que clamemos más a Él. Incluso puede permitir debilidades o problemas persistentes, para que aprendamos a depender completamente de su gracia.

Jesús también dice: El que en mí no permanece será echado fuera como pámpano, y se secará. Esta es una analogía del juicio final. Si no permanecemos en Cristo ni damos fruto, seremos separados de Él. Los frutos que Dios busca en nosotros son amor, misericordia y obediencia.

Finalmente, Jesús les dice a sus discípulos: Vosotros sois mis amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre os las he dado a conocer. Este privilegio de ser llamados amigos de Jesús nos muestra el amor y la relación tan cercana que Dios desea tener con nosotros. Lo que Él tiene preparado para nosotros será glorioso.

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