Cuando comenzaba mi ministerio pastoral, allá por el año 1960, jamás se me ocurrió pensar que un día, algún cristiano en cierto lugar del mundo, dudaría o ignoraría lo que establece la tan claramente la Palabra de Dios. Hoy, sin embargo, tenemos que contestar a interrogantes tales como este: ¿Está bien suicidarse y todavía marcharse al cielo? ¿Está bien incinerar el cuerpo de un cristiano que ya partió a la presencia del Señor?
Pero, lo que más me preocupa, es que tenemos a muchos expositores bíblicos de renombre, conocidos internacionalmente y quienes están al frente de iglesias muy numerosas, cuyas enseñanzas ponen en peligro la sana doctrina. Uno no puede menos que alarmarse frente a tanta confusión e ignorancia. No podemos tomar el asunto del suicidio o la incineración con la misma liviandad que lo hace el mundo. Existe hoy la tendencia de confiar más en algún predicador destacado, especialmente si tiene el título de psicólogo, que en la Biblia. Por falta de interés o por negligencia, los cristianos no leen la Palabra de Dios y en la mayoría de las iglesias no hay estudios bíblicos metódicos y auténticos para la vida práctica del cristiano.
Mi convicción es que la Palabra de Dios permanece hoy tan firme como cuando Dios le entregó el Canon Sagrado a aquellos hombres a quienes inspiró y guió en cada paso del proceso del Libro Sagrado. Hoy escuchamos respuestas vagas como estas: “Bueno a mí me parece que… tal vez lo que quiere decir es…” o “Bueno… eso depende de cómo se interpreta… Es algo que cada uno debe decidir, siempre que uno sea sincero”. Este tipo de argumentos y tanta incertidumbre sólo crea mayor confusión y conduce a muchos cristianos a una vida peligrosamente comprometida con el ocultismo, so pretexto de “experiencias espirituales avanzadas”. Hoy, como en los días de la Reforma de Lutero, debemos volver nuevamente a la Biblia, leyéndola guiados por el Espíritu Santo, creyendo en sus enseñanzas y viviendo como cristianos. Le invito a que examine conmigo este intrincado tema del suicidio.
Es probable que tal vez no le agrade el desarrollo de este tópico desde un ángulo puramente bíblico, pero quiero que sepa que Dios me llamó al ministerio de su Palabra, no de la mía, ni la de ningún maestro por famoso que sea este.
No es necesario investigar mucho, pues todos sabemos que suicidio es ocasionarse uno mismo la muerte. Sea esto en gorma lenta y progresiva, como por ejemplo mediante alguna droga, el alcoholismo, privarse de la comida, o bien, darse un tiro en la sien, tirarse de un décimo piso, ahorcarse, tomar veneno, etc. No importa la razón, el suicidio es siempre suicido. “Acabar con la vida” – dicen algunos, pero nada más lejos de la realidad. El suicidio no acaba con la vida, solamente le pone fin a las oportunidades que la vida nos ofrece mientras estamos en nuestro cuerpo. La persona que se suicida va a la eternidad completamente consciente de sí misma, de los demás y de lo que ha hecho con su vida.
Es completamente increíble saber hoy, que muchos “consejeros” cristiano hablan del suicidio como algo que… “acelera nuestra partida a la presencia del Señor”. Mucho me gustaría que me mostraran algún texto bíblico que diga que el suicidio es un camino aceptable (aunque no sea el mejor) delante de Dios, para que el salvo acelere su partida a la presencia del Señor. Por la Biblia conocemos la vida de gigantes espirituales como Juan el Bautista; la de profetas del Antiguo Testamento, tal como Jeremías, que sufrió tanto, lo mismo que muchos otros; también sabemos de Pablo quien estuvo prisionero por años sabiendo que le esperaba la muerte en cualquier momento, sin embargo, a ninguno de ellos se les ocurrió jamás el suicidio.
El suicidio es pretender uno mismo hacer el papel de Dios y decidir cuándo debe terminar nuestra carrera terrenal. En el fondo de este problema se puede percibir la idea de que, al menos en ciertas circunstancias, uno puede hacer el papel de dios y que esto, está perfectamente bien. Una pregunta muy frecuente es: “¿Puede un cristiano llegar a suicidarse?”. Y la respuesta de muchos hoy es: “Por supuesto que sí, y lo único que le sucede es que llega antes que los demás a la presencia de su Salvador”.
Al estudiar el suicidio más detenidamente, debemos analizar unos cuantos elementos y no llegar a conclusiones precipitadas que sólo abrirían una brecha muy peligrosa, pero sobre todo antibíblica. El hecho de que haya líderes de renombre que enseñen estas cosas, no implica necesariamente que sean aceptables.
Al ser rechazado por Dios buscó refugio en Satanás a través de una hechicera, costumbre pagana estrictamente prohibida para aquellos que conocen al Señor. Al pelear contra los filisteos, Dios no acudió a auxiliar
a este rey apóstata y él no tuvo otra alternativa que el suicidio. La Biblia dice: “Y arreció la batalla contra Saúl, y le alcanzaron los flecheros, y tuvo gran temor de ellos. Entonces dijo Saúl a su escudero: Saca tu espada, y traspásame con ella, para que no vengan estos incircuncisos y me traspasen, y me escarnezcan. Mas su escudero no quería, porque tenía gran temor. Entonces tomó Saúl su propia espada y se echó sobre ella. Y viendo su escudero a Saúl muerto, él también se echó sobre su espada, y murió con él. Así murió Saúl en aquel día, juntamente con sus tres hijos, y su escudero, y todos sus varones” (1 S. 31:3-6).
Note que tanto Saúl como su escudero, ambos suicidas, tuvieron temor. El miedo es uno de los aliados del suicida en potencia. Si hay algo no salvos tienen en común, es el temor. Esto se debe a que no viven en comunión con Dios. Saben que están lejos de él, y llega un punto en que el Señor los abandona a su suerte, aunque clamen su nombre, porque han colmado la copa de su ira. Así que tanto Saúl como su escudero tuvieron mucho miedo, vivían atemorizados. La Biblia repite una y otra vez que Dios se alejó de Saúl porque Saúl se alejó de él. Saúl tuvo la mejor oportunidad de ser un rey modelo para Israel, pero vivió como el peor de los paranoicos, siempre sintiéndose perseguido, violento, envidioso, profano y hechicero. Estando en esa condición era justo que Dios lo abandonara. Su reinado dejó lugar a David, un brillante hombre de Dios. El temor de Saúl lo llevó al suicidio, y el temor es el aliado de hombres y mujeres que viven en enemistad con Dios. Ningún cristiano podrá jamás llegar a tal grado que se quite la vida y alegue que con ello acelera su encuentro con Jesús.
La Biblia dice: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Jn. 4:18). El que no teme a Dios tendrá que temer a los hombres, a sus enemigos, a la muerte y aun a la misma vida. Miserable de aquel o aquella que no teme a Dios para confiar en él en el momento difícil, en el instante de peligro o al acercarse la muerte. ¿Cómo es posible que un cristiano recurra a la violencia del suicidio, el arma de Lucifer, quitándose la vida? Pero Saúl y su escudero no fueron los únicos suicidas en la Biblia, sino que tenemos más.
Lo que hizo Ahitofel fue de tan mal gusto, tan bajo, tan inmoral, tan asqueroso, tan pecaminoso, que es difícil pensar cómo un consejero como Ahitofel, cuyos consejos eran tan respetados por David pudo haberlo dado.
Dios desde luego intervino y frustró los sabios consejos de este perverso, quien a no dudar se cobijaba o amparaba bajo la sombra de las bendiciones de David, a quien el Señor protegía. Obviamente a su lado, Ahitofel también recibía protección divina. Pero es evidente que Ahitofel despreciaba esas bendiciones, las tomaba como algo que merecía. Su vida, era una vida falsa.
Su lealtad, su piedad, fe, devoción y conducta intachable, todo era una pantalla. Detrás de esa pantalla se escondía el verdadero Ahitofel, quien se dejó ver apenas tuvo la oportunidad. Lo que Ahitofel no había calculado era que sus consejos serían frustrados, porque vino otro hombre de nombre Husai, a quien Absalón también le preguntó porque quería estar seguro de que el consejo de Ahitofel era correcto. “Entonces Husai dijo a Absalón: El consejo que ha dado esta vez Ahitofel no es bueno. Y añadió Husai: Tú sabes que tu padre y los suyos son hombre valientes, y que están con amargura de ánimo, como la osa en el campo cuando le han quietado sus cachorros. Además, tu padre es hombre de guerra, y no pasará la noche con el pueblo(…) Entonces Absalón y todos los de Israel dijeron: El consejo de Husai arquita es mejor que el consejo de Ahitofel. Porque Jehová había ordenado que el acertado consejo de Ahitofel se frustrara, para que Jehová hiciese venir mal sobre Absalón(…) Pero Ahitofel, viendo que no se había seguido su consejo, enalbardó su asno, y se levantó y se fue a su casa a su ciudad; y después de poner su casa en orden, se ahorcó, y así murió, y fue sepultado en el sepulcro de su padre” (2 S. 17:7,8,14,23).
El cuadro muestra al desnudo la calidad de hombre que era Ahitofel, y ciertamente es fácil comprender su fin. Pretender que este hombre, por haber sido tan buen consejero de David, se fue al cielo al suicidarse, es antibíblico y completamente fuera de la realidad. Pero ¿por qué se suicidó Ahitofel? Porque no se aceptó su consejo, porque descubrió lo que se le venía encima, por su hipocresía y traición, porque siempre fue un falso, porque su conciencia comenzó ha hacer su trabajo en él y descubrió el daño que le había hecho a uno de los más grandes hombres de Dios – a David, y tal vez porque ya no tenía otra alternativa, ni siquiera le habría ayudado el arrepentimiento, aunque lo hubiera procurado. La Biblia nos dice que el hombre puede llegar a esta situación si desprecia tan abiertamente y por tanto tiempo el amor de Dios. Ahitofel era, lo que diríamos hoy, un falso cristiano, un falso intérprete de las Escrituras, un siervo disfrazado del Señor. Otro caso paralelo lo tenemos en Esaú de quien dice la Biblia: “No sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque lo procuró con lágrimas” (He. 12:16,17).
Nadie puede afirmar hoy, que Ahitofel se fue al cielo porque era un gran consejero de David y sus consejos eran vistos casi como si se tratara de una directa revelación divina. Cuando alguien vive un cristianismo falso, oculta sus verdaderas convicciones y pretende ser hijo de Dios y hasta es predicador y maestro, cuando alguien vive en inmoralidad, estafa a sus clientes y dice ser cristiano, está asociado con algún tipo de brujería o tal vez con una organización de tipo ocultista, aunque ese individuo en la superficie parezca muy bueno, llegará el momento en que se tornará tan desesperado, tan intranquilo, tan abandonado, frustrado y confundido, que optará por el suicidio, ¡aunque sea miembro de la mejor iglesia cristiana!
Hoy en día los “consejeros” y a veces los “psicólogos” son tan autoritarios como lo fuera el perverso Ahitofel, y no me extrañaría que estos expertos en comportamiento humano, aconsejen aun a los cristianos a suicidarse, para “acortar el camino a la presencia de Jesús”. Es muy fácil comprobar que los candidatos para el suicidio no son candidatos para el cielo. No tenemos un solo caso de un auténtico hijo de Dios que la Biblia nos diga que se fue al cielo suicidándose. El suicidio es el camino al infierno, podemos estar completamente seguros. Harían bien nuestros consejeros en presentarle a Cristo como Salvador a todos aquellos que dicen tener obsesiones suicidas.
Decirle a un suicida potencial que con ello acelerará su encuentro con Jesús, es lo mismo que decirle que en el infierno hay rincones para encontrarse con Jesús.
Pero ¿por qué se suicidó Zimri? El versículo siguiente nos lo aclara: “Por los pecados que había cometido, haciendo lo malo ante los ojos de Jehová, y andando en los caminos de Jeroboam, y en su pecado que cometió, haciendo pecar a Israel” (1 R. 16:19).
Los pecados que usted y yo hemos cometido tienen solución, pero si rechazamos esa única solución que Dios nos ofrece, Satanás muy pronto ofrecerá la suya – el suicidio. Dios promete personarnos y restaurarnos, pero Satanás trata de convencer a sus víctimas que para ellos es mucho mejor la muerte que la vida. Por más que busque en la Biblia a un suicida aliado de los hijos de Dios, no lo hallará. Todos cuantos se suicidaron entre los personajes bíblicos, conocieron a Dios, tuvieron la oportunidad de servirle, arrepentirse y corregirse, pero no lo hicieron. Por el contrario, algunos fueron criminales y mataron gente a sangre fría. Hay una gran diferencia entre un pecador que tiene la oportunidad de reconciliarse con Dios, y un pecador que cierra todas las puertas. La única que le queda ampliamente abierta es la “garganta del diablo” que se llama suicidio.
Satanás convence a su víctima de que dejará de sufrir, o tal vez valiéndose de algún consejero, le persuade de que irá al cielo, le da valor suficiente para suicidarse, porque los valientes de Satanás a menudo remachan su valor con el suicidio.
El suicidio es la manifestación más elocuente de la cobardía. Y la Biblia habla así de los cobardes: “pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago de fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8). Esta lista infernal está encabezada por los “cobardes”.
Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, ¿y fue y se ahorcó? (Mt. 27:3-5). “Éste, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron” (Hch. 1:18).
Judas conocía muy bien al Señor, tuvo todas las oportunidades para ser salvo, pero de manera deliberada optó por la traición sin creer nunca que su carrera terminaría en el suicidio y el infierno. Es necesario que recordemos también que Judas asistió a la mejor escuela teológica del mundo. Jamás ha habido un grupo de estudiantes tan afortunados como ese puñado de 12 hombres que estudiaron a los pies del Señor Jesucristo. Judas se suicidó cuando recapacitó y se dio cuenta de lo que le había hecho al Señor. Creo que, si Judas viviera hoy, más de un psicólogo y consejero en alguna de nuestras iglesias le animaría a que olvidara el pasado, a que saliera de esa depresión, a que evitara esa recurrencia cíclica.
Antes de optar por el suicidio, cada hombre y cada mujer deberían detenerse por un momento y reconocer que el cuerpo que tiene no es de su propiedad, sino que es sólo la habitación, el lugar en que viven. El cristiano debe recordar siempre que su cuerpo es morado del Espíritu Santo. Jesús habló de esto cuando dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:15-17). Jesús le dijo esto a los suyos, mucho antes que el cuerpo del redimido se convirtiera en morada del Espíritu Santo. Todo cristiano debe reconocer la presencia tan sublime del Espíritu Santo en su cuerpo.
Pero ¿será posible que el Espíritu Santo que habita en el cuerpo del cristiano no pueda evitar que éste lo destruya por medio del suicidio? A este respecto dice la Biblia: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4). Ese “mayor… que está en vosotros”, que habita en nuestro cuerpo, es simplemente el Espíritu Santo y él jamás permitirá que un redimido termine su carrera suicidándose. El Espíritu Santo consuela, fortalece, ilumina, acompaña, protege y nos ayuda en los momentos de desesperación o carga.
Creo que el pasaje más severo contra el suicidio es este de 1 Corintios 6:19,20: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.
Este pasaje destaca dos cosas: (1) Que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo; (2) Que no nos pertenece porque fue comprado con el alto precio de la sangre de Cristo. En el Nuevo Testamento no se habla de ningún templo que la iglesia de entonces hubiera construido, excepto del templo en el cuerpo del cristiano. No era tan importante que la iglesia contara con un templo, pero era extremadamente importante que el Espíritu Santo tuviera su templo en el cuerpo del cristiano. Si alguien se atreviera a quemar, a destruir o hacer lo que fuera para acabar con un templo, lo llamaríamos sacrílego, porque diríamos que ha tocado la propiedad de Dios. Sin embargo, el verdadero templo del Señor, su verdadera propiedad, es nuestro cuerpo. De ahí que quien se suicida es peor que un sacrílego, porque destruye la habitación potencial del Espíritu Santo. Digo “potencial” porque estoy convencido que el hombre o la mujer regenerados nunca llegan a ese extremo, simplemente porque el Espíritu Santo que habita en ellos no se lo permite.
Pero si el asunto del suicidio es tan serio, ¿qué debemos hacer entonces cuando se tiene esta inclinación? Es posible que Satanás tiente al hombre o a la mujer salvos para que acaban con su vida, él siempre tienta a todos valiéndose de todos los medios. Es completamente cierto también que Dios jamás permitirá que una persona redimida se suicide. Quien está deprimido, acongojado, preocupado o frustrado, aun siendo cristiano, debe conocer los recursos que Dios tiene para tales casos. La oración es uno de ellos, es necesario platicar con el Señor. La lectura de la Biblia, especialmente los Salmos, proporcionan gran ayuda. Asimismo, ayuda, el conversar con alguna persona amiga de reconocido testimonio cristiano, sensible al dolor ajeno y dispuesta a socorrer.
Si usted no es cristiano, su recurso es arrepentirse de sus pecados y depositar su fe en Cristo Jesús. Mientras siga visitando a las hechiceras o concurra a los círculos satanistas, sólo está acercándose cada vez más al extremo de la soga que le llevará a la horca. Una cosa que debe recordar es que todo el mundo sufre de dolor, frustraciones o temor ocasional. De modo que usted no es el único cristiano que lo padece. Así ha sido siempre, por eso dice la Biblia: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo.
Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfecciones, fortalezca y establezca” (1 P. 5:6-10).
Note bien que Pedro nos dice que debemos humillarnos delante de Dios. No tenemos que elevar nuestra autoestima, sino humillarnos voluntariamente.
Debemos tener presente que Dios tiene cuidado de nosotros y que el diablo anda como león hambriento buscando a los cristianos débiles para destruirlos. También nos dice que en lugar de buscar consejeros, magos, adivinos o a profesionales encargados de nuestra condición emocional, le resistamos firmes en la fe, porque nadie jamás nos ayudará tanto en esta lucha, como la fe depositada en nuestro Salvador. Nos dice que debemos recordar siempre que nuestros hermanos también sufren padecimientos en todo el mundo. Tal vez usted piense que es un mal cristiano y por eso sufre, pero otros cristianos en el mundo también pasan por experiencias muy parecidas a la suya. El apóstol también nos dice que sólo debemos acudir al “Dios de toda gracia”, porque él tiene la virtud de perfeccionarnos, afirmarnos, establecernos y fortalecernos. Podemos muy bien decir con el Salmista: “Conoce Jehová los días de los perfectos, y la heredad de ellos será para siempre. No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados(…) Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino. Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano” (Sal. 37:18,19,23,24).
El cristiano camina seguro tomado de la mano de Dios, no tomado de una pistola, de un veneno, una soga o arrojándose desde un décimo piso. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza” (Sal. 46:1-3).
Por el Pastor José A. Holowaty